Emir Olivares y Reyes Martínez
Gala de sensualidad, nostalgia, alegría y cordialidad en el hermoso escenario de las “islas” de Ciudad Universitaria.
El cierre de clases en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), debido a las vacaciones de Semana Santa, sirvió de pretexto para sacar a la orquesta de su recinto habitual, la Sala Nezahualcóyotl y brindar, con acceso libre, a los estudiantes y trabajadores de esa casa de estudios una muestra de la música de atril mexicana y mundial, que los emocionó intensamente.
La cita era a las 10:30 horas, pero desde mucho antes ya cientos de personas se reunían en torno al escenario emplazado para el acto. Era tal la expectativa que cuando se escuchó el primer acorde, poco importó el intenso calor.
Nada de elitismos
Durante hora y media, el concierto se desarrolló entre aplausos, silbidos de reconocimiento, cadencias corporales y rítmicas.
Para esta presentación, los músicos cambiaron el vestido de gala (las mujeres) y el esmoquin (los hombres) por camisetas para convivir al aire libre con estudiantes, académicos y decenas de familias.
Esta suma de emociones comenzó con la llamada de Rodrigo Macías, director asistente de la OFUNAM : “Pedimos a la gente, a los chavos que se acerquen, ¡porque el concierto, el show va a empezar!”, seguido de una tanda de aplausos y la interpretación de FanfarriUNAM, de Eduardo Angulo.
Se trata, dijo Macías, “de demostrar que la música clásica es de todos, no es elitista. El rector (José) Narro y el departamento de Difusión Cultural han sido claros: queremos llevar la orquesta a donde están ustedes, los estudiantes, que son lo más importante. Esta orquesta se creó para ustedes”.
El ánimo era tal que no importó que las butacas fueran sustituidas por el suelo, que se necesitaran sombrillas, gorras, chamarras o algún periódico para cubrirse del sol.
Nada de eso fue obstáculo, pues la música venció todo. Poco a poco el auditorio fue creciendo y el ánimo igual. “¿Música de cámara, interpretada por la OFUNAM y al aire libre?, soltó uno de tantos universitarios. Sus compañeros respondieron entre las notas musicales: “Sí, ¡qué chido; ojalá fuera más seguido!”
La ejecución del Concierto número 1 La primavera de Las cuatro estaciones, de Antonio Vivaldi (1678-1741), esparció un respetuoso silencio y la ensoñación entre los asistentes por la historia que les musitaba el vientecillo que desde las primeras notas refrescó y sacudió levemente el follaje.
Tras una interpretación de tenor, Macías renovó los votos: “El doctor Narro, Difusión Cultural y la Dirección de Música han sido muy claros, han querido llevar la música de concierto a donde están ustedes. Ustedes son el público más importante que nosotros tenemos: el público universitario, los chavos.”
Una multitud de espectadores, estudiantes e interesados, corearon o tararearon los fragmentos conocidos, y se deleitaron con todo el concierto. La chica con la flor gerbera y su novio, los médicos, la anciana que empujaba una carreola, el joven en bicicleta… las parejas que se abrazaban, las estudiantes de Química que acompasaban su tarea con la melodía en el aire.
El infaltable Goya
Una cauda de emociones despertó la Suite México 1910, de Manuel Esperón; resultó un momento muy emotivo para los asistentes, quienes experimentaron los dulces recuerdos, se entristecieron con sus compases y empezaron a bailar con algunos de los fragmentos, como el de “Mi querido capitán”, con el que las mujeres se mostraron alegres y llegaron a permitirse cadencias sensuales.
Con la vocalización del José Luis Ordóñez, se escucharon Flor de azalea, del mismo autor, recientemente fallecido, que encendió la añoranza y estrechó aún más el abrazo de los enamorados a pesar de la temperatura. Seguida de Dime que sí, de Alfonso Esparza Oteo (1894-1950); luego, la inclusión de ¡Ay Jalisco, no te rajes!, de Ernesto M. Cortázar y Esperón, para terminar esta tanda con Caminos de Guanajuato, de José Alfredo Jiménez.
Vino una pequeña pausa para que los músicos se pusieran playeras blancas con la leyenda: “Soy tu FAN... OFUNAM”. Macías hizo lo propio y una estudiante grito: “Quítate la de abajo”.
El público fue cautivo por un momento de las remembranzas andaluzas del Bolero, de Maurice Ravel (1875-1937), pero se liberó al finalizar la pieza con un nutrido batir de palmas y gritos de gratitud.
“Es el Bolero, es el Bolero”, decía brincando una chica con jeans, huaraches y pelo suelto. En efecto, la obra de Ravel anunciaba el fin del programa.
Pero hubo más. Mambo, de Eduardo Gamboa, detonó los ánimos. A la muestra de los violinistas, los asistentes movieron hombros y brazos, elevaron sus manos y organizaron una larga “víbora” que por más de cinco minutos acarició a la multitud, guiada por la chica de la gerbera y luego por una señora llena de energía. Así, la alegría primaveral y el infaltable Goya estuvieron en el campus de la UNAM
FUENTE: LA JORNADA
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